Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de la Virgen

Monumentos

Plaza Santa María, s/n. 23002, Jaén Cómo llegar

La catedral de Jaén, obra maestra de Andrés de Vandelvira y fuente de inspiración para la construcción de muchas catedrales en Hispanoamérica, es considerada una de las obras más notables del Renacimiento en Andalucía de ahí que hace unos años se iniciara el proceso para conseguir su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Información

Horario

Lunes a sábado: 10:00h - 15:00h  y  17:00h - 20:30h

Domingos: 10:00h - 11:30h   y  16:00h  -  20:30h

Declarada Bien de Interés Cultural el 3 de junio de 1931. Jaén se convirtió en nueva sede episcopal en 1248, a poco de su conquista por Fernando III. Siguiendo la tradición de ocupar el espacio de una mezquita, consagrándolo, la primitiva catedral mantuvo la estructura de aquélla durante más de un siglo hasta la segunda mitad del s. XIV en que el obispo don Nicolás de Biedma decide construir un nuevo edificio, ya gótico, de cinco naves y un claustro al lado norte, ya que por el sur corría la muralla. Cien años después flaqueaba esta construcción y se emprende una nueva fábrica, en torno a 1492, en el episcopado de don Luis Osorio, dentro de la corriente del gótico flamígero o último, se supone que con trazas de Enrique Egas, pero su verdadero artífice es Pedro López y Diego Martínez hasta que en 1525 se derrumbara el cimborrio sobre el crucero, que puso fin al proyecto medieval.

En 1548 se decide la reanudación de las obras, pero ahora bajo el nuevo estilo al “antiguo” o “romano” entonces imperante. A tal fin son consultados los arquitectos Jerónimo Quijano, Pedro Machuca y Andrés de Vandelvira, siendo este último el que se quedara como Maestro Mayor a partir de 1553 hasta su muerte en 1575. Durante este tiempo sólo se realizarían las dependencias auxiliares: Sala Capitular, Sacristía y Bóveda Panteón más el Archivo y Biblioteca en planta alta, que ocupan el bloque lateral de la cabecera en el ángulo suroriental. Aunque parezca poco, sin embargo es lo suficiente para condicionar el esquema del desarrollo del cuerpo basilical de la iglesia al dejar también planteado el alzado del muro de la nave sur. Dicho esquema consistía en una planta de tres naves, todas a igual altura, separadas por pilares cruciformes, según el modelo de la catedral de Granada, que conforman una estructura modular cubierta con bóvedas vaídas. Lo más original será el alzado del muro, donde cada uno de los módulos subdivide el gran arco que lo forma en otros dos a la altura de la planta principal, para dar origen a sendas capillas, y abriendo en la mitad superior ventanas correspondientes a estancias y galerías, que recorren todo el templo, más los grandes ventanales o claristorio en el tímpano del gran arco en forma de “serlianas”.

Este esquema, absolutamente vandelviriano, fue continuado por su aparejador y fiel colaborador, Alonso Barba, hasta finales del siglo, si bien con pareceres de otros arquitectos como Francisco del Castillo, Juan Bautista Villalpando y Lázaro de Velasco, que poco variaron. Después se interrumpen las obras por falta de medios hasta que en 1635 se emprenden de nuevo, bajo el impulso del obispo don Baltasar de Moscoso y la dirección del arquitecto Juan de Aranda Salazar. Esta fase comprende hasta 1660, fecha en que se consagra la nueva catedral, cuando se había realizado el tramo que va desde la cabecera hasta el crucero, cuya cúpula es traza de Aranda. Una tercera fase, emprendida en 1667 por los pies, será dirigida por el discípulo de Aranda, Eufrasio López de Rojas, quien diseña la fachada, luego concluida por su continuador al frente de las obras, Blas Antonio Delgado, quien remata las torres a principios del s. XVIII. La última fase se emprendería en 1736 bajo la dirección del salmantino, José Gallego y Oviedo del Portal, y afecta al tramo comprendido entre la fachada y el crucero, centrándose su intervención en la construcción del coro, acaso la parte más disonante con el proyecto renacentista. Por último, Ventura Rodríguez, ultimaría algunos detalles para su terminación y sobre todo diseñaría la magnífica Capilla del Sagrario, como templo anejo, en el lado noroccidental, en perfecto equilibrio con el opuesto de la Sacristía, en un estilo barroco clasicista romano, finalizado por su sobrino Manuel Rodríguez, justo en 1800.

De la catedral gótica quedan como testigos el friso con cardinas, motivos zoomorfos fantásticos que corre por el tercio inferior del muro exterior de la cabecera, dispuesto así por Juan de Aranda, y una escalera de caracol en la capilla del lado norte de la cabecera. El resto del alzado exterior de la catedral debe su mayor parte a los diseños de Juan de Aranda, a excepción de la fachada, en parte, y del bloque de la Sacristía y portada meridional del crucero, evidentemente vandelvirianas. Los muros de estas dependencias auxiliares son muy sobrios al igual que los vanos que se abren en ellos, siendo de destacar el tondo con el escudo episcopal de don Francisco Delgado sostenido por “putti” renacentista de excelente talla, en el muro de la sacristía y el escudo de la catedral, que da a la lonja. En este punto, la galería alta en esquina, a modo de mirador, con arcos de medio punto, aligera el compacto muro. Bajo ella se abre la portada meridional del crucero, dedicada a la Asunción, en orden dórico y jónico, típica composición de Vandelvira con columnas pareadas y cerrada por un frontón triangular. A destacar en este muro sur un gran reloj de sol del siglo XVII.

La portada norte del crucero, también muy clásica, pero con mayor relieve y ornamentación que la del lado opuesto, es obra de Juan de Aranda hecha en 1642.

La fachada, considerada por la crítica como una de las primeras grandes fachadas barrocas de España, aunque de diseño definitivo de López de Rojas, de 1667, quedó en lo estructural planteada por Aranda; esto es, sus tres puertas con pares columnas entre ellas. El orden gigante, compuesto, y el retranqueo del cuerpo superior, que deja un paso a modo de balcón entre las torres, se inspira en la basílica de san Pedro de Roma y en la iglesia de El Escorial, respectivamente. En conjunto, se trata de un gran retablo en piedra, donde al tema de la Asunción, protagonista, sobre la puerta central, se unen las de los santos patronos de la ciudad: San Miguel y Santa Catalina, en las laterales; San Pedro y San Pablo, a izquierda y derecha, señalando los ejes del Evangelio y la Epístola, y coronando los ejes columnarios los cuatro Evangelistas y los cuatro Padres de la Iglesia (San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio), auténticos “pilares” de la Iglesia, y en el centro el rey conquistador, Fernando III, todos en barroco y teatral movimiento, debidos a la mano de Pedro Roldán y su taller. Entre San Fernando y la Asunción, subrayando la importancia del eje central, se sitúa el relieve del Santo Rostro, imagen objeto de peregrinación, que se guarda en esta catedral, y que se mostraba en días señalados desde el balcón central sobre el que está.

Interiormente, la catedral de Jaén destaca por la armonía entre todas sus partes, premisa fundamental de la belleza renacentista; un espacio calmo y luminoso tan sólo alterado por el excesivo tamaño del coro en proporción al resto y sus formas protuberantes; obra barroca, como se ha dicho, pero cuya sillería interior es en gran medida la primitiva de 1519-1526, tallada por el flamenco Gutierre Gierero y Jerónimo Quijano, entre otros maestros. El trascoro es de mármoles de colores embutidos, tan al gusto andaluz del siglo XVIII.

Por lo demás en las capillas y alzado en general no se advierte diferencia pese a las distintas fases de su construcción a lo largo de doscientos años. Las tres capillas más amplias, de un único hueco, corresponden a la cabecera, siendo la Mayor la del centro o del Santo Rostro, por guardarse allí la que se considera reliquia de la Faz, o “vero imago”, de Cristo, Además se adorna con cuadros, copias de la Colección Real, realizadas por Sebastián Martínez a mediados del siglo XVII. Las piezas auxiliares, son como se ha dicho, lo primero en realizarse de la nueva catedral. De ellas la primera en concluirse fue la Sala Capitular, paralela a la cabecera, con entrada desde la capilla de Santiago. Se terminó en 1556. La sala, de planta rectangular se cubre con bóveda de cañón y en su alzado, muy plano, se sucede en todo el derredor el motivo de arco triunfal romano de arco entre pares de pilastras, en orden jónico, ocupando el testero un original retablo de pintura, muy italianizante, obra de Pedro Machuca y su hijo Luis, cuyo tema iconográfico principal es la figura de San Pedro de Osma. Contigua a ella, pero perpendicular en eje, la Sacristía, tal vez sea con justicia la pieza estrella de la catedral y una de las obras maestras de Vandelvira, terminada poco después de su muerte. Aquí, a diferencia de la anterior sala, el alzado es todo protuberancia con pares de columnas dispuestas en fondo sobre las que cabalgan arcos de distinta luz en ritmo alternante. Se cubre también con cañón, pero con arcos en su base a modo de cerchas, que repiten en paralelo el ritmo de los inferiores. Tiene su entrada la sacristía desde un vestíbulo que comunica con el crucero de la iglesia y sirve de distribuidor, tanto para la acceder a la sacristía como para subir a los pisos altos y descender a la Cripta por sendas escaleras bajo la forma estructural de una gran “serliana”, en cuyo hueco central se exhibe una copia a escala de la célebre custodia de asiento renacentista, desaparecida, de Juan Ruiz “el Vandalino”.

La Cripta o Panteón de Canónigos, reproduce los tres espacios de la planta principal (Vestíbulo, Sacristía y Sala Capitular) en un alarde de técnica constructiva en piedra (estereotomía) sin apenas parangón en la arquitectura española. A la misma entrada sorprende la forma abarcante del gran arco que cobija a otros tres desiguales, como los de la Sacristía, enlazados por un óculo, todo transparente para llevar luz a un subterráneo. En la sala principal, que funciona como capilla, la bóveda “plana”, es otro prodigio estereotómico, con potentes nichos laterales que penetran en la bóveda, quedando bien iluminada por una luz de bodega procedente de unas ventanas a ras de suelo en la calle.

En cuanto al templo del Sagrario, proyecto de Ventura Rodríguez de 1764, que vino a sustituir a otro anterior de Juan de Aranda maltrecho tras el terremoto de Lisboa (1751), su planta oval con su gran cúpula de casetones octogonales, que tanto recuerda al San Andrés de Bernini en Roma, es otra soberbia respuesta de continuidad en el dominio del arte de la cantería de impecable ejecución, excepto en los ángeles de la base de la bóveda, obra del francés Verdiguier, de mediocre factura. Igualmente magnífica desde el punto de vista de su construcción en piedra es la amplia cripta, con entrada directa a la calle por la Plaza de San Francisco.