El agua

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El agua ha poblado las sierras

La distribución geográfica de los recursos hídricos ha determinado históricamente el sistema de poblamiento. Excepto emplazamientos fundados con criterios militares en castillos situados sobre puntos elevados, la mayor parte de los asentamientos humanos han crecido junto a los ríos, verdaderas venas de la vida serrana. Esto es más notable en la mitad norte del parque, donde abundan las pequeñas aldeas y cortijos aislados en los que, hasta fechas recientes, se ha practicado una agricultura de subsistencia gracias al agua que discurre por angostos valles de montaña.

Ríos que movieron bosques

Los ríos han sido también las vías por las que estas comarcas han exportado el fruto de su inmensa riqueza forestal durante, al menos, diez siglos. En efecto, hasta la implantación del transporte motorizado por carretera, los pineros de estas sierras, auténticos pastores de árboles, aprovecharon la fuerza de las aguas del Guadalquivir y el Segura para conducir con sus ganchos verdaderos “bosques flotantes” compuestos por miles de troncos, rumbo a los lugares donde se utilizaron para construir barcos y grandes edificios, como la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla.

Estas conducciones fluviales, llamadas maderadas, se vieron fuertemente impulsadas durante el siglo XVIII, cuando los montes de estas sierras pasaron a ser administrados por los ministerios de Hacienda y Marina. El vínculo a través de los ríos entre la riqueza forestal y la construcción naval fue tan fuerte que en 1748 se creó la denominada Provincia Marítima de Segura de la Sierra, ...

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Corredores de verdor

Sauces, mimbreras, fresnos y chopos acompañan el serpenteante curso de los ríos, en frondosos bosques de ribera que marcan una nota diferencial en el paisaje, sobretodo en las zonas bajas. Pero la vegetación ribereña es especialmente impactante en los agrestes tramos de cabecera de los ríos. En ellos son numerosos los cañones, gargantas y cerradas, cuyas laderas suelen estar cubiertas por una densa espesura vegetal que permanece muy bien conservada. Altos matorrales siempre verdes de boj (Buxus sempervirens) y agracejo (Phillyrea latifolia) crean ambientes de húmeda exuberancia que se ve acentuada por la presencia puntual de especies norteñas como acebos y avellanos.

Los animales

La abundancia de agua es una de las claves para entender la riqueza de la fauna del parque. Para muchos animales, no sólo son vitales los ríos y arroyos, sino también otros enclaves mucho más humildes, tanto naturales como fruto de la vida tradicional de los serranos. Se trata de manantiales, fuentes, pequeñas balsas (albercas), abrevaderos de montaña (tornajos), pequeñas lagunas y encharcamientos más o menos temporales, todos ellos muy abundantes.

Algunas de las especies más singulares del parque, cuya área de distribución es muy reducida, dependen en mayor o menor medida de la cercanía del agua. Es el caso del sapo partero bético, el topillo de Cabrera y la lagartija de Valverde.

Los ríos del parque se encuentran en un estado de conservación tan saludable que siguen siendo el hogar de la nutria, el mirlo acuático y la trucha común. En sus sotos escucharás a algunos de los mejores cantores alados del parque, como petirrojos, chochines y currucas capiro ...

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Los ríos del parque

Los nacimientos del Guadalquivir, del Segura y de todos sus afluentes de cabecera hacen de este parque uno de los grandes nudos hidrográficos de la península ibérica. Esto se debe a que la lluvia y la nieve son generosas en estas montañas. Además, la naturaleza cárstica del terreno regula con eficiencia los caudales, como si se tratara de una gran esponja que absorbe el agua para ir soltando la mayor parte de ella de manera lenta y continua.

Esto, naturalmente, no impide que la sequía estival propia del clima mediterráneo imponga sus reglas, convirtiendo muchos caudales en estacionales y disminuyendo severamente los que son permanentes.

Las aguas del Parque pertenecen a dos cuencas distintas. La mayoría desagüan por el Guadalquivir hacia el Atlántico, pero las del sector nordeste enfilan hacia el Mediterráneo a través del Segura.

El conjunto montañoso conformado por las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas y la vecina sierra de Castril es, sin lugar a dudas, la mejor zona de pesca continental deportiva de todo el sur de España. El aficionado a este deporte encuentra en ellas tanto ríos trucheros de aguas limpias y caudalosas, como grandes embalses donde abundan la carpa y el lucio. En algunos cotos, tanto de alta como de baja montaña, la excepcional presencia de la trucha común hace que sólo esté permitida la modalidad de pesca sin muerte, que se practica con anzuelo sin flecha y obliga a devolver viva la trucha al río.

El río Guadalquivir nace en el paraje de Cañada de las Fuentes, en pleno bosque de pinos laricios. Allí, a 1.350 m de altitud, inicia su andadura de 667 km hasta su desembocadura en el Atlántico, drenando el 65% del territorio andaluz. Este río, al que los romanos llamaron Betis y los árabes Río Grande, ha formado en dirección nordeste el valle más largo y emblemático del Parque Natural, que cuenta con el sensacional desfiladero de la Cerrada del Utrero sólo a unos kilómetros de su nacimiento. A continuación el valle se va ensanchando a través de los parajes más visitados del parque. El último tramo del valle está ocupado por las aguas del embalse del Tranco, a partir de cuya presa el río se encaja de nuevo en un salvaje desfiladero y gira bruscamente al oeste hacia la campiña jiennense y gran depresión bética andaluza.

Antes de la presa del Tranco, el Guadalquivir recibe por la margen derecha las aguas del Borosa, que nace en la laguna de Valdeazores y desciende 650 m de altitud en los 11 km de su recorrido, formando numerosos saltos de agua y pozas transparentes. El río, fácilmente accesible a pie, horada la roca en la espectacular Cerrada de Elías, y recibe las aguas de varias cascadas que están pletóricas en la época de deshielo, como la famosa cascada de Linarejos.

El Aguasmulas entrega sus aguas al Guadalquivir unos kilómetros más abajo que el Borosa y, como este, es un corto río de montaña de 8 km de longitud. Su visita es también muy gratificante, porque se puede hacer cómodamente andando y disfrutando de parajes de gran belleza escénica, especialmente en su cabecera, ya que nace bajo los impresionantes farallones del Banderillas (1.993 m de altitud).

El curso alto del río Guadalentín es otra de las estrellas del Parque, porque labra varios cañones y gargantas entre alineaciones de cumbres que rondan o superan los 2.000 metros de altitud. Uno de sus atractivos paisajísticos más notables es el extenso robledal de quejigo que atraviesa. El río nutre después el embalse de La Bolera para ir a parar –ya fuera del Parque- al Guadiana Menor, afluente a su vez del Guadalquivir.

La intrincada sierra de Las Villas es rica en ríos y arroyos caudalosos que comparten la denominación de Aguascebas, diferenciándose en la segunda parte de su nombre: Aguascebas Grande, Chico, de Chorrogil (que tiene una preciosa cascada), de Gil Cobo, etc. El primero de ellos es el más espectacular, contando con dos impresionantes gargantas. Por su parte, el Aguascebas de Gil Cobo, que desciende nada menos que 770 m de altitud en sus escasos 6 km de recorrido, forma también varias cascadas y gargantas, destacando la conocida como Cerrada de San Ginés. Algunos de estos ríos de montaña nutren un pequeño embalse que también se llama de Aguascebas.

Además de estos ríos de régimen de montaña, el Parque está surcado por otros que recorren territorios de relieve más suave, siempre en la cuenca del Guadalquivir. El principal de ellos es el Guadalimar, cuyo nombre proviene de su denominación árabe, que era Río Rojo, por el color que toman sus aguas cuando la lluvia arrastra las tierras rojizas de las laderas arcillosas. Este río nace en la provincia de Albacete, en las estribaciones de la Sierra de Segura, y en el interior del parque recorre tierras olivareras de la zona norte, recibiendo afluentes de cierta entidad como el Onsares, el Trujala y el Beas, todos ellos provenientes de deliciosos valles de baja montaña.

El Guadalimar recibe por la derecha las aguas del Guadalmena, un río que marca el límite noroccidental de la comarca de Segura y que, aunque no llega a entrar en el espacio protegido, es importante por el embalse de su mismo nombre y porque el paisaje que surca –las últimas estribaciones orientales de Sierra Morena- es totalmente distinto del que podemos ver en el Parque, a pesar de la corta distancia. Se trata de montes de modesta altitud y perfiles suaves y redondeados, cubiertos por encinares y matorral mediterráneo.

El río Segura, que toma su nombre de la comarca donde nace, tiene su cuna en una hermosísima poza del paraje de Fuente Segura, cerca de Pontones. En seguida se encaja profundamente en un espléndido cañón, que después se convierte en un estrecho valle salpicado de aldeas de montaña, siendo regulado en el pequeño y delicioso embalse de Anchuricas.

Recibe por su margen izquierda las aguas del río Madera que, en sus 20 km de recorrido, forma un valle angosto entre impresionantes calares de laderas cubiertas por espléndidos bosques de pino laricio.

Más al norte, el río Tus abre otro recóndito valle a través de la Sierra del Agua, bordeando por el sur el Calar del Mundo (Albacete) a través del espectacular Barranco del Infierno y confluyendo con el Segura fuera de los límites del Parque.

Por la derecha el Segura recibe las aguas de otro río con gran interés paisajístico: el Zumeta. Este río pasa muy cerca de Santiago de la Espada, marcando el límite con las provincias de Granada y Albacete. El río se encaja formando un agreste cañón, tras lo cual se abre en un valle bajo la mirada de pequeñas aldeas como Tobos, Vites y Marchena. Después se remansa en el minúsculo embalse de La Vieja y finalmente se encierra de nuevo en una garganta poco antes de confluir con el Segura en Las Juntas de Miller.

Montañas de manantiales y aguas subterráneas

Los ríos antes citados no son más que los ejes principales de una tupida red formada por ríos menores de caudal permanente, así como por arroyos y torrentes de aguas estacionales. El hecho de discurrir por lugares recónditos los hace aún más sorprendentes, sobre todo cuando, en invierno y primavera, corren más caudalosos. Cuando los descubras se te revelarán parajes sosegados, con pequeñas navas ( llanuras fértiles situadas en lugares elevados) y huertas de montaña, pero también enclaves secretos e indómitos con despeñaderos donde surgen inesperadas cascadas.

La abundancia de precipitaciones, junto al predominio de los materiales carbonatados que filtran el agua hacia el subsuelo, convierten al parque natural en un enorme reservorio de recursos hídricos, tanto subterráneos (acuíferos) como superficiales (embalses). De hecho, el volumen de agua de lluvia y nieve infiltrada del conjunto de las comarcas integradas en el parque y su zona de influencia es aproximadamente el 60% d ...

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Las aguas sometidas

Los embalses del Parque son uno de sus grandes recursos paisajísticos, porque, aunque de muy diferentes tamaños, tienen una cosa en común: todos están encajados entre montañas de considerable altura cubiertas por espesos pinares. Su aspecto cambia según la estación del año y sus incidencias meteorológicas, que determinan en cada momento el nivel de las aguas. Pero, en general, su estampa es la de angostos lagos que reflejan el verde de los bosques de su entorno.
Pasear junto a ellos es siempre relajante. Como también lo es practicar el remo en los de mayor superficie, porque la normativa del parque impide la navegación a motor, lo que garantiza el ambiente de tranquilidad.

Embalses

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