Los paisajes

El Relieve

Cuando entres en las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas estarás en uno de los conjuntos montañosos más importantes de la península ibérica. La mayor parte de los pueblos se sitúan entre los 700 y los 1.000 metros de altitud. Más de la mitad de la superficie del parque se encuentra entre los 1.000 y los 1.500 m de altitud, pero hay cumbres que se disparan por encima de los 2.000 metros, como el pico Cabañas (2.028 m), el Alto de la Cabrilla (2.039 m) y el pico Empanadas (2.107 m), que es el punto más elevado del Parque. Entre éstas, más de cincuenta cumbres superan los 1.600 m de altitud.

Este conjunto se dispone en abruptas alineaciones de dirección nordeste-suroeste, que en ocasiones se entrecruzan y que suelen estar separadas por hondos valles labrados por los ríos, flanqueados por rotundas escarpaduras rocosas.

El este del Parque es la parte más montañosa. En la zona nordeste descubrirás numerosos calares, que son montañas alargadas que se yerguen por los cua ...

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Arquitecturas Naturales

Las rocas del Parque exhiben una formas muy sugerentes. Al ser calizas, no reaccionan de manera uniforme a la acción del agua, sino que sus distintas partes ofrecen una resistencia desigual, configurando caprichosos perfiles y arquitecturas naturales propias del paisaje cárstico -rocas calizas disueltas por las aguas-. Te impactarán los picones, que son grandes rocas en forma de aguja o de torreón, las muelas y castellones, rocas verticales de cumbre plana, y los poyos, colosales bloques de piedra de contornos horizontales que coronan algunas montañas.alt

Otras formaciones muy características son las tobas, bellísimas placas de cal que sedimenta bajo el agua en cascadas y paredones rezumantes. Los suelos rocosos están a veces densamente esculpidos por el agua, formando laberínticas redes de grietas, hendiduras y depresiones. Son los lapiaces, conocidos en estas sierras como lanchares. En ocasiones, las placas de piedra tienen mucha pendiente, por lo que la acción del agua es ...

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El paisaje vegetal

Ante todo, este Parque es un inmenso pinar. Pero, como irás viendo, es un pinar variado, diverso, donde los pinos, de diferentes especies y tamaños, se mezclan armónicamente con otros muchos árboles y arbustos. Aquí no encontrarás monótonas sucesiones de pinos que parecen clonados como columnas sobre suelos carentes de vegetación. Según se asciende en altitud, encontrarás pinos carrascos, negrales y laricios. De estos últimos, el Parque se enorgullece de tener los mejores bosques de España. Con sus troncos derechos de corteza blanquecina, estos grandes pinos son los amos del paisaje en las zonas altas. Más arriba aún, las cumbres son el espacio de la roca y las grandes panorámicas. Por debajo de la ancha franja del pinar, el paisaje ha sido armónicamente humanizado por la implantación de olivares con una intensa personalidad serrana, ya que trepan hasta el límite donde este cultivo es posible. Pero además de olivares, pinares y cumbres panorámicas, el mayor territorio protegido de E ...

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La mayor parte de la huella humana en el interior del Parque se aprecia en la zona norte, es decir, en la comarca de Segura. En las partes más bajas encontraremos olivares trepando por las laderas, con numerosas manchas de bosque y matorral intercaladas. El olivar es la base de la economía del Parque y de su extensa zona de influencia, y elemento clave de su paisaje, de su cultura y de la vida cotidiana de sus gentes. En realidad, es un bosque aclarado que, aunque artificial y carente de la estructura y la diversidad de los bosques naturales, constituye un complejo agrosistema donde están presentes muchas especies de plantas y animales.

En buena parte de las zonas altas de esta misma comarca, la huella humana se manifiesta de una forma totalmente distinta: el paisaje ganadero. Son territorios de alta montaña con escasa vegetación arbórea o que históricamente han sido deforestados para abrir pastos a la oveja de raza segureña. Su paisaje a veces sobrecoge por la amplitud de sus panorámicas, siempre flanqueadas por grandes elevaciones y salpicadas por manchas de matorral y formaciones rocosas. En invierno es el territorio de la nieve. En primavera, de los verdes pastos de altura. Y siempre, el hogar de una ancestral cultura ganadera que merece el mayor reconocimiento.

Aparte de los pueblos de mayor entidad, la profusión de aldeas y minúsculos cortijos aislados es otro de los rasgos que dan una marcada personalidad a esta parte del Parque. En las zonas de mayor altitud, muchos de esos enclaves humanos ya no están poblados, o sólo lo están durante los meses de clima más benigno. La arquitectura tradicional de las aldeas se conserva de manera desigual, pero la presencia de estos núcleos resulta, no sólo agradable desde el punto de vista estético, sino conmovedora como testimonio de un modo de vida que históricamente ha sido duro y ha sabido adaptarse con maestría a las difíciles condiciones de la montaña.

Junto a estos enclaves humanos están las pequeñas huertas, los hortales. Se sitúan en las huelgas, como aquí se denomina a los escasos terrenos más o menos llanos y fértiles situados a la vera del río y el arroyo. La agricultura de montaña en estas sierras siempre ha sido de pura subsistencia, por lo que muchas de estas huertas han corrido la misma suerte que la de las aldeas y cortijos a las que estuvieron ligadas: el abandono. Pero en las zonas bajas cercanas a los pueblos aún se mantienen activas muchas huertas, que producen exquisitas hortalizas. Cada huelga, incluso si ya está abandonada, es un pequeño prodigio paisajístico que aporta diversidad al conjunto en el que se integra. Su equilibrio resulta de lo más relajante, pues concilia el sabio toque jardinero de la mano humana –terrazas, albercas, nogales, chopos…- con la grandiosidad de las montañas circundantes, siempre cercanas.

La abundancia de agua del Parque ha propiciado la construcción de embalses de muy distinta extensión, capacidad y uso. Todos ellos son un patrimonio de gran relevancia económica y paisajística, pero, en su momento, su construcción tuvo un doloroso impacto social, máxime al tratarse en la mayoría de los casos de una época en la que las condiciones políticas eran muy duras. En la actualidad, los embalses del parque son un atractivo recurso recreativo y deportivo. En esta web encontrarás diversas referencias a estos aspectos. Pero aquí, en el contexto de la relación entre el paisaje y los serranos, vamos a poner punto y final rescatando las vivencias de un habitante de la Vega de Hornos afectado por la construcción del gran embalse del Tranco. Sus palabras son muy ilustrativas del papel que, durante siglos, les fue asignado a los habitantes de las montañas desde las instancias del poder. Hoy, por fortuna, corren otros tiempos. 

“Por el año 1940, llegó lo que desde hacía tanto tiempo estábamos temiendo: nos dijeron que había que desalojar de inmediato y derribar las casas (…). Entraron grandes cuadrillas de hacheros y tronzadores con grandes hachas cortándolo todo a tajo parejo, clasificando la madera y quemando la leña y las miles de encinas centenarias que hasta entonces habían cubierto las tierras de la Vega, que luego convertían en carbón. Aquellas tierras, en poco tiempo se quedaron como si hubieran recibido una bomba atómica. Nosotros, al igual que todos los de la Vega, emigramos del lugar con todos nuestros enseres y animales. Cambiamos de tierras, de paisajes, de costumbres, de vecinos y de otras muchas más cosas que no tienen nombre, pero que fueron reales y se quedaron dentro de cada una de aquellas personas. Para todos fue durísimo aquel cambio, aunque cada uno lo sufrimos en silencio.”

Recuerdos sumergidos, 1931-1941
Ángel Robles Rodríguez, nacido en la cortijada de El Chorreón, que fue expropiada para la construcción del embalse.